Él era más de 19 días, queriendo ser de 500 noches.
Bailaba Ludovico Einaudi, versaba Sabina.
Vivía en la cima del Empire State, pero a orillas de Rodas.
Con vistas a la ciudad más bonita del mundo, Ortografía.
Aprendió a escribir relatos sobre piel sin ponerle nunca un punto y final.
Empuñaba una Mont Blank, vestía de Valentino Clemente y pintaba como Sorolla.
Lloraba como Rosalía y soñaba como Roy O.
Era perfecto, pero era en pasado.
Deseo.
Cariño.
Muerte.
Moreno.
Cafés con hielo.
Formas difusas.
Veneno.
Ron añejo.
Pensarse.
Desespero.
Muerte.
Moreno.
Cafés con hielo.
Formas difusas.
Veneno.
Ron añejo.
Pensarse.
Desespero.
Tiembla de ganas de volver a esa terminal, un poquito Pekín de más.
De rodearse de gente y sentir la soledad.
Artista de caderas, de maneras entre asfalto, de miradas pasajeras.
Bailarín de sus sábanas, versaba a su almohada, vivía escondido a las puertas de una playa.
Él era sus mejores vistas, la ciudad más bonita, un escritor sin carrera.
Dibujaba suspiros, se vestía de desastres, lloraba por llorar y soñaba por continuar.
Él.
Era todo.
Lo que nunca había llegado a ser.
Pero fue.
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