Sí... esos que empiezan en una fiesta con poca ropa y
vaporosa, esos que te miran a los ojos cuando se esconde el sol y el cielo se
queda rojo. Que siguen en la playa una noche, de la mano, y que beben cervezas
compartidas. Los que te abrazan en un coche desde el mirador más alto de la
ciudad. Esos, que parecen que no van a acabar nunca.
A lo mejor se quedan debajo de las hojas secas de un árbol
cualquiera en plena alameda, o van a ese lugar en donde se encuentran los
calcetines que no vuelven a tener pareja, los que ya no encuentras. No lo
sé.
A un mes y medio de el cambio de estación yo ya empiezo a
temblar, y a echarte de menos, y a pensar en que lugares puedo encontrar la
respuesta a este sin sentido que me abraza tanto, o más que tú. Y, mira, si
esto se va a quedar en tu ombligo pido por favor que lo guardes con cuidado, o
en cualquier cajón. O en tu boca. Cuando deje de atardecer en horario nocturno,
y las noches se nos vengan encima a las siete, cuando te apetezca más un café
caliente que un helado, o las playas se queden desiertas, sabré lo que has
sido. Mientras tanto, ahora, cuando no estás y no somos, me limito a darle
vueltas y a crear mi propia teoría sobre los amores de estación, mirando a la
pantalla de mi teléfono móvil esperando volver a tocarte pronto, mientras siga haciendo calor.
Vienen con las ganas de arena entre los dedos, con canciones
de kilómetros en un coche, con el aire en el asiento trasero y las manos por la
ventanilla, con las subidas de marea y las faldas cortas, con las sandalias y
las terrazas abarrotadas de gente. Vienen para querer pasear agarrados,
desnudarnos en cualquier lado, mordernos salitre en el cuello, vivir en tu
espalda morena, ver caer el sol y empezar a tocarnos, con caminar descalzos
sobre cualquier parte. Y se quedan en tus ojos de mar, cuando llega el otoño y
se vuelven marrones. En las chaquetas abrigadas, el humo de unos fuegos de
luces, las calles empapadas de lluvia y las ventanas con las persianas bajadas.
En los cafés calentitos, las películas a solas, una vuelta a la rutina, un
cambio de armario, un último beso.
No quiero un último beso, si es por mí, que me quiten lo que
nunca me han dado, que yo aprendo a vivir.
A tu lado.
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