Esta mañana el árbol de siempre está un poco más muerto que
de costumbre.
El suelo es un mar de hojas secas y ruidosas que invitan a
quedarse quieto.
No llueve,
no hace calor,
ni viento,
huele a playa pero,
la costa se encuentra a más de doscientos kilómetros de allí.
Hacía
algún tiempo que la gente gritaba entusiasmada que había llegado el Verano,
sin
embargo,
él no parece haberlo notado.
Es más,
creo,
que él cree,
que todavía
estamos en primavera.
Desde que duerme solo no mira el calendario.
Ha tirado
por la ventana todos sus relojes.
No se deshizo del sol porque no pudo.
Tiene
un aspecto diferente,
raro,
gris.
Solo piensa en ella,
todo el día en ella.
En
la falta que le hace, en volver a tocarla, a dormirse con su sonido de fondo.
Le había regalado tanto tiempo que,
ahora le sobra todo el resto.
No puede verla,
del verbo poder.
Con la negación tan aferrada a él, a su pecho, que decide
marcharse.
Está harto,
como lo estaría cualquiera,
de suponerla,
de que no le
detenga ya el crujir de las hojas en otoño,
porque ha llegado el otoño, pero
todavía no lo sabe.
Se quedó allí,
en aquella primavera,
de hace dos años,
parado,
cuando dejó de oír.
Y sin la música sabía que le daba igual vivir,
en Verano o en Invierno.
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