miércoles, 20 de agosto de 2014

“Carta de despedida”

“Encantada de conocerte”, piensa en escribir tiempo después mientras coloca con suma delicadeza el sujetador que acaba de quitarse sobre la silla. Repite el acto con sus pantalones y posa los calcetines sobre los zapatos alineados justo debajo. Solía ordenar la ropa de este modo antes de acostarse, por si le llegaba en cualquier momento un mensaje que pusiera “baja” y tenía que vestirse a toda prisa. Y ojalá le llegara, porque todas las mañanas volvía a encontrársela intacta. Al finalizar su rutinaria tarea se sentó en la cama, se cubrió con las mantas hasta la cintura y empezó a escribir. “Carta de despedida”:

“Encantada de conocerte. Contigo encontré todo lo que buscaba. No me guardo para mí las ganas de que sepas como soy, ninguna parte que no hayas descubierto. He sonreído más que nunca, me lo he pasado como con nadie en todos estos años, he sido, sí, feliz. He cantado a gritos y a tu unísono, y he fumado siempre que me ha venido en gana. De hecho, hasta hace poco, te he besado siempre que me ha apetecido y, eso era lo que más me enloquecía. Te he dicho sin articular palabra todo lo que me gustaba, y me seguirá gustando estar contigo. Eres un buen amigo, y me alegro de poder decirlo. Aunque tenga que saludarte por las aceras como si fueras un extraño, y me cueste de sobremanera. Me fascina tu manera de hacer las cosas, demasiado bien. Tu estilo musical, tus ojos cuando cambian de color, y solo lo veo yo. Me gusta todo lo que no le ha gustado a nadie de ti, y por eso sé, que como te abrazo yo, no te abrazarán nunca. Me asusta la idea de que te alejes, pero me enamora tanto tu sonrisa que si así vas a conservarla, espero que seas jodidamente feliz. Ha sido un placer cruzarme contigo. No. Ha sido un placer conocerte, desnudarte, digo. Comerte a besos y acostarte en mi cama, despertarme a tu lado. Sí. Te quiero, y es un placer.”


Al acabarla firmó en la esquina inferior derecha y contuvo las ganas de llorar, nunca se le han dado bien las despedidas, ni siquiera entre líneas. Se dirigió a la ventana tropezando con la ropa que había esparcido  por el suelo. La miró con rabia y la dejó ahí, a la altura de todas sus esperanzas. Y al abrir la ventana recordó las páginas de aquel libro en las que explicaban con especial delicadeza la teoría de los tres elementos. -Cuando quieras despedirte de alguien, escríbelo en un papel y después, quémalo. Suéltalo y deja que vuele, que se caiga y que se pierda.- Encendió el mechero y cerró los ojos. Al hacerlo, el líquido aferrado a sus parpados se soltó de ellos de repente y sin quererlo, echó a llorar. Agarró la carta con su mano izquierda y desató una guerra en donde antes había ganas. Despedirse no era una mala opción pero, ¿de verdad quería hacerlo así, sin mirarlo a los ojos una última vez, sin un beso en lugar de un punto y final? En realidad, empezó a cuestionarse si quería echarlo todo a perder, las esperanzas, en primer lugar. Y sonrió de medio lado. “Nunca dejes de intentarlo”. Eso llevaba ella escrito en las mejores páginas, en su piel. Arrugó el folio decidida y pisando el sujetador que permanecía inmóvil en el suelo volvió a su cama. Sí. Cogió el teléfono y marcó. Seis lunas más para olvidarlo. Diecisiete, sus años y cinco más que hacen los de él. Nueve mañanas besándolo a toda prisa y más de quinientas noches que necesitará para olvidarlo. Más, muchas más. Silencio, demasiado silencio. Y entre la nada un latido con fuera que se le salió del pecho. “-¿Si?”... “-Te quiero”. Que mejor despedida, que decirle lo único que le quedaba por saber de ella, sin punto y final, con el fuego en la garganta y su respiración del otro lado. 

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