domingo, 22 de junio de 2014

UNA NOCHE DE ORGASMOS Y GINTONICS


Lo he visto todo, y voy a contároslo. Ella solo supo sonreír de los nervios cuando, una de las amigas con las que había pasado la otra mitad de la noche le dijo que estaba allí. Olvidó sus cosas en la primera acera y se dirigió a un local cualquiera, sola. Se bebió un chupito y brindó con sus ganas para acabar piel con piel. Bailaba como nadie, no pensaba, intentaba olvidarse de todo lo que le había quitado el sueño. Se reía y sonreía y volvía a reírse a carcajada limpia con amigos que, de nuevo, había encontrado. Solo ella sabía las ganas que tenía de besarlo, pero tal vez el alcohol, las luces de la discoteca o la música ensordeciendo su cabeza le hicieron olvidarlo. Y de repente, mierda! Se había olvidado el bolso, la chaqueta, el móvil, las llaves, el tabaco, todo en aquella puta acera. Bajó su vestido exactamente los cuatro centímetros que le permitía su corte, se aferró a los tacones y echó a correr. Morena, de melena lisa, maquillaje oscuro en los ojos y una sonrisa al encontrarlo todo. Entonces apareció de nuevo, su amiga, digo, y con una breve descripción la introdujo de la mano en una sala abarrotada de gente. Jersey blanco. Dos palabras. Dos palabras, tiró su bolso en el mismo sitio, levantó la cabeza, esbozó una mueca repleta de picardía y pisando fuerte cruzó la estancia de norte a sur. Parándose, como no podía ser menos, a sus pies.
Condenadas latitudes. Pude verlos sonriéndose levemente, intentando no revelarse las ganas que se tenían, siendo distantes a la par que correctos. Aquí la música también estaba exageradamente alta por lo tanto me limité a leerles los labios, los tres leíamos los labios de ambos. Sin dejarla nunca atrás, a su amiga, recuerden, entró en el lavabo y solo supo arrodillarse en el suelo. Como rezándole a un dios prohibido, con los ojos llorosos de ganas y las pupilas dilatadas de recuerdos al borde de una explosión, supo por primera vez en toda la noche lo que quería. Quería tenerlo cerca, y de esto podría darse cuenta cualquiera que mirase su sonrisa de niña. No hace falta ser adivino para leerle las formas.
Salen del lavabo, después de no recuerdo cuanto tiempo y se dirigen al centro de la pista. “Deja tus cosas, que va a ser la primera vez que me vea bailar”. Y se volvió loca con los ojos cerrados, cargada de música y latiendo orgasmos. Entonces ocurrió, el mundo enmudeció para ellos dos. Las luces dejaron de parpadear. Desapareció todo el mundo. Y allí estaba él, acercándose, mirándola a los ojos y agarrándola de la cintura, sin importarle quién los mirara. Era su momento, al fin, y supieron aprovecharlo, he de decir. Ojalá pudierais ver sus caras cuando empezaron a pegarse, sus labios temblando y las manos recorriéndose, navegando y perdiéndose en lo que, en aquel momento era solo un cuerpo, y seguían vestidos. Entonces ella despertó, siendo la anonadada de esta historia, volvió a oír, y empezó a acariciarlo, a sonreír, a divertirse de verdad. Bailaron hasta dejarse la piel y llegar a las ganas. Se lucieron como nunca antes lo habían hecho delante de nadie. Miraban al resto de presentes burlando sus historias, contándoles la suya, que siempre fue mejor, y no es porque yo lo diga. Se apagaron los neones y se encendieron las luces, se bajó la música y se fue la gente. Y ellos en el medio. Consiguieron todo lo necesario para escaparse juntos unas horas, que no era mucho, y mofándose del resto del mundo con un cartel escrito en la frente bien grande que ponía “te tengo ganas” a la vista de los paseantes, recorrieron callejones.
Nunca nadie podrá igualar la confianza de ese chico, su firmeza en cada paso, como si llevara toda una vida planeando lo que va a hacer, ni sus ganas de más. Al  igual que nunca encontraréis a una chica que se sienta como en plena gran vía en una calle peatonal aleatoria y que sonría tímida a todos sus miedos resumidos en un cuerpo ajeno. Tengo que acabar de contaros todo lo que sé de esta historia. El portal era horrible, antiguo, quiero decir. Ella se descalzó al ver el número de escaleras por subir y él aprovechó para mirarla vestida una última vez. Eterna, eterna se les hizo la subida a aquél ático, por cierto, precioso tras la puerta que cuando cerraron cambió sus caras. Dejó los tacones fuera, sin pensarlo y mientras él, mas chulo que nadie, se sentó en el sofá para quitarse la camiseta, ella no pudo alargarlo más y se bajó las bragas. Y le salió la mujer que llevaba dentro chico. “Quítate el pantalón” ordenó más segura que nunca. Llevaba tanto tiempo soñando con este momento que no tenía pensado desaprovecharlo siendo la niña buena que ya, ninguno de los dos se esperaba. Y se abalanzó encima de él, con las rodillas a los lados en un sofá inmenso. Entonces empezaron a jugar, a jugarse la vida. Se miraron fijamente y se mordieron los labios a un tiempo, hasta hacerse daño. Él , ansioso de piel le arrancó el vestido y empezó a comerse todo su cuerpo, dejándose arañar la espalda y morder el cuello disfrutó como hacía tiempo de su morena, esa que nunca lo decepcionaba al llegar el momento. Entonces no les quedó ropa que sacarse,  solo ganas, así que empezaron a gastarse por dentro y por fuera, contra aquel sofá desconocido y contra el tiempo. Nadie pudo verlos, tal vez los hayan oído, no lo niego ni lo confirmo. No querían acabar nunca, suplicaban mas metros acolchados en los que revolcarse y entre guarradas y cordialidad pidieron permiso para correrse. Y yo, sigo pensando que era un aviso para hacerlo a la par, ellos que sabían. Se marcaron la espalda, mojaron sus caderas y aferraron a sus labios hasta dejarse sin aliento. Gritaron, tanto que ni se oyeron, y volvieron a separarse después de unos minutos mirándose a los ojos. Bueno, todo lo que podían mirarse, que era en blanco y negro, con las luces apagadas e iluminados por las farolas que metros abajo alumbraban las calles un viernes más.  No sabía que tenía que hacer, entonces, empezó a cargarse de dudas, ella, porque él era el seguro, y besándolo suavemente le dijo que tenía que marcharse. Mentía y obligada, con gusto, a volver a quitarse la ropa interior que se había puesto tras un descanso, volvió a abalanzarse sobre él, él, que solo sabía sonreír y disfrutar mirándola tan cerca, tan desnuda, tan puesta. Y siguieron así, mientras el segundero del reloj de la cocina daba vueltas, rodando en el salón, en blanco y negro, respirándose al oído, azotándose la piel y mordiéndose por completo hasta volver a comerse, a correrse.
Estaban hechos para no acabar nunca, por ese motivo estaban ahí, después de un año, follándose de nuevo. Suena sucio, y lo hacen así, elegante, precioso, húmedo. Él se levantó y abrió la ventana, empañada de gemidos dobles, y cuando volvió a sentarse fue ella la que quiso ver la ciudad desde ahí arriba, su gran vía. “Que miras?” “Hay una chica desnuda en esta sala, que quieres que mire?” Era el hijo de puta con las mejores razones que había encontrado, y solo supo ponerse seria “Hay un chico en calzoncillos en esta sala y yo miro por la ventana” Se rieron a un tiempo, se entendían como nadie, disfrutaban como todos los habitantes del mundo juntos. En menos de media noche tuvieron tiempo a buscarse las cosquillas, las ganas, los besos, los orgasmos y las miradas que creyeron que no encontrarían nunca más. Y también lo tuvieron para despedirse, mirarse y vestirse una última vez. Para que él, la acompañara a la puerta en la que ella, no quería mirar atrás. Siempre se le han dado mal las despedidas, y habían cambiado tanto desde aquella vez. Lo hizo, cogió sus tacones del rellano, que eran todas sus pertenencias y se dio media vuelta. Lo miró a los ojos, intentando sin salir victoriosa, endurecerse para una ultima respuesta, pero se lo pensó mejor y decidió no hablar. Se acercó a su chico, lo rodeó con los brazos y el calzado en la mano, y le dio un largo y tendido beso en los labios, pegada a su piel aún al descubierto. Se rieron frente a frente, estallaron sus pupilas y girándose se perdió escaleras abajo una, y en un portazo el otro. Eso fue todo lo que pude ver de una noche impensable, y todo lo que puedo contaros de esas cosas que no se cuentan si no se viven, y no se entienden si no se sufren.

A una puerta de por medio del mundo real, me calcé mis zapatos de tacón de aguja, levanté la cabeza, sonreí, ahora sí, como nunca, y confundiéndoseme pupilas, iris y vicios, pisé fuerte lo que le quedaba de noche dando comienzo a la segunda parte, los gintonics.


Me duelen las ganas de escribirte.

Enmudecías las calles pisándolas fuerte. Mordías las mejores bocas y copabas los mejores baños. Caí rendida a tus pies nada más verte. Me encerré entre las tapas de un libro portador de una historia sin final. Me anclé a todos tus gestos como un preso a sus recuerdos. Dicen que el sol siempre madruga más que las nubes, y yo lo confirmo tras verlo al hacerse de día en tu espalda. Una no puede negarse siempre, por eso hoy, me digno a decir en voz alta que sigues haciéndome la falta que creí que me habías quitado de otro cuerpo. Estoy harta de escribirte sin pensar, de decir lo primero que salga y que suene igual que tu, bonito. "Pecados cometidos y por cometer" llamaré a nuestros capítulos. Vive en tu memoria el vuelo de mi falda, la primera que me vestí para que tú me arrancaras. Y en mis pupilas tus labios ansiosos de desnudarme y acabar follando. Acabarnos para poder volver a empezar. Me tengo prohibido publicar todas esas líneas que te escribo. No quiero que me leas. No quiero que sepas, nunca, toda la falta que me has hecho desde siempre, desde que te conozco. Eres el único culpable en esa historia, y va siendo hora de que empieces a asumirlo. Tú quisiste morderme primero, crear una guerra en mi vida para salir corriendo. Eres tú el que aparece cuando nadie se lo espera y yo la que sigo esperándote aunque no vengas nunca. Ha llegando el momento de decirte la verdad. Quiero que al menos por una vez se haga de día y sigamos en la misma cama, y que me digas que no quieres volver a verme después. Quiero darte un beso y las buenas noches, y cumplir todos tus caprichos. Acostarme desnuda y despertarme gimiendo. Decirte adiós y no volver a tocarte. Entre versos y muchos menos besos, sigo pidiendo deseos que tienen que ver contigo, a ver si al menos a uno, se le da por cumplirme las ganas. 

martes, 17 de junio de 2014

Sigo esperando el volar de tus golondrinas.

Tenías un nido de golondrinas en el pecho, que creí que echarían a volar al llegar el verano y así podríamos despedirnos un poco. Tus ojos escribían mis destinos por las noches, cuando acostumbraba a perderme mas de la cuenta. Te conté que quería quedarme, y echaste a correr. Sigo esperando el momento de verlas partir, para saber que hemos dejado atrás otra primavera. Pero ya no sé en donde encontrarte desde que me pierdo por las noches y me despierto en mi cama. Hacía tanto tiempo que no te agarraba de la mano, que ya no recordaba el volar de las mariposas a contraviento. Hacía tanto tiempo que no te cosía el alma a besos que se te había fugado del cuerpo. Te he nombrado en horas puntas, como un ritual a un dios maldito. Tus demonios se aullentaban en mi cama y se despertaban con la luz. Me he vuelto tan alérgica al sol que no he salido nunca más a ninguna parte, tal vez por eso no te haya encontrado. Me comen las ganas de matarte si te encuentro, y de atarte a mi cama para ver, al fin, el volar de las golondrinas antes de llegar el puto invierno.

martes, 10 de junio de 2014

Una rutina más, es una ruina menos.

Sabes? Todas las noches apago esa vela que me alumbra hasta las tres de la mañana, y me pregunto como serían las cosas si estuvieras aquí. Sabes de sobra que besarte no fue coincidencia, pero el resto sí, y si queda un culpable en esta historia solo puedes ser tú. Sabes tantas verdades de mi que empiezo a darme vergüenza. Por lo contrario sé tan poco de ti que empiezo a dudarte. Pero, a veces, incluso, aunque no me hables, aunque nunca me llames, puedo llegar a creer que piensas en mi. Y es todo lo que necesito. Para dormir tranquila. Para despertarme y ponerme mi mejor vestido, por si apareces. Y para pintarme los labios de rojo, por si vuelvo a tener la oportunidad de dejarte huella. Esta vez lo haría bien, mejor, quiero decir. Tengo todo tan pensado. Pero eres como esos trenes que solo pasan una vez y yo, sigo siendo como una de esas pasajeras que siempre llegan tarde a ningún lugar. No pienses que te miento si te digo que me muero de ganas de que me vuelvas a besar. No tendrás que hacerlo, por que, además de ser impuntual, a tu lado, soy como una puta pared. Y solo sé temblar. Bueno, para que mentirme, me gustaría serlo un poquito más. El caso es que solo tú me aguantaste la mirada tanto tiempo, o eso creo, que puede contarte todo lo que quiero hacerte. Y digo quiero, porque aunque tú no has vuelto, yo sigo sentada en esta estación. Solo tú creíste oportuno meterme en tu cama después de saber las consecuencias que ocultaba bajo mi falda, bajo mis ojos. Sigo pensando que eres un valiente, de esos que corren en dirección contraria cuando toca avanzar en plena guerra. Pero que nadie te diga nunca, querido tren ajeno no reiterado, que no tienes una cara bonita, manda cojones!