Cada pedazo hecho añicos de los mundos que no he pisado bajo la cama.
Los suspiros de todos los muertos en los que me he convertido entre los dedos.
El aliento del viento en noches de invierno bajo el pelo.
Las copas de todas las últimas cenas en cada decisión importante.
Los miedos en frasquitos pequeños de cristal muy muy fino.
La sangre en el congelador mientras hierve.
Los sueños dentro de un calcetín que duerme bajo mi almohada.
Las miradas en otros ojos.
Los besos en otros labios
y los abrazos en el llanto de un suicida antes de colgarse de la cuerda floja.
Guardo todo de lo que he querido librarme en algún momento de mi vida
para cuando quede de nuevo conmigo y me hagan falta explicaciones.
Lo único de lo que decidí despojarme fue de las mentiras.
De las veces que me he tropezado por ir mirando al suelo.
Del insomnio mirando al techo.
Del dolor mirando a otro lado.
De las guerras con la vista puesta en mis propias manos.
Y asumo así que he tenido días de asco y miedo.
Que me he dado de todo menos cariño.
Que no he sido ni mía ni de nadie.
Que no he querido serlo
y que eso es todo lo que he querido en mucho tiempo.
Que he intentado olvidarme del pasado y de la historia.
Que he manchado mis apellidos de mierda para ver si así se camuflaban
y de tanto hacerme el protector me volví del todo predador
y me mordí por dentro desgarrándome los únicos recuerdos que valían la pena.
Agaché la cabeza, ni siquiera buscando la moneda de cara que me diera una tregua.
Agache la cabeza y m guardé los miedos.
Hasta que de tanta herida llegué a ser hueso.
Hasta que vi a mi hermano llorar una mañana porque unos hijos de puta le pegaban en el colegio
porque yo le había regalado un libro de poesías
y porque eso era de maricones
y porque ellos eran los valientes
y porque yo, nunca sabría cómo explicar qué se siente
cuando te guardas lo que no debes
y regalas lo que tendrías que quedarte
para al menos
intentar por momentos
salvar el mundo
de los tuyos.
Y ahogué mis miedos viéndolo a él luchar contra los suyos,
viendo a mi padre correr hacia el fuego
y a mi madre adentrarse en la selva.
Y enterré a mis miedos cuando se fue mi abuelo,
cuando cantó mi abuela
cuando murió mi perra.
Y quemé mis miedos cuando ardió mi casa en el incendio,
cuando me desnudé frente a un espejo
y me dejé tocarme por ellos.
Cuando grité,
volé mis miedos por los aires y salí a la calle a celebrar
que parecía como ellos pero sin serlo,
que había hecho una maleta de sueños
y asesinado a un pasado de viejos hijos de puta
acabando con todo.
Guardo la libertad al pecho y puedo decir a voces
que suena a revolución y playa,
que suena a cruzarse de piernas y tomar asiento,
que suena a cerrar los ojos,
A Chandra Mohan Jain,
Achaira Rajnísh,
a Bhagwan Shri Rajnísh,
A Osho en los noventa,
a los secretos del descubrimiento
una vida plena.
Guardo
las guerras para quién las quiera
y los miedos para quién los venza.
Hay un cartel en la puerta que pone
“Sed bien venidos”
a mi montaña de ruinas
habéis venido a beberos
todos mis sueños.