No terminó de entender a día de hoy, que hacía sentado en el
portal de su edificio a esas alturas. Después de haber salido corriendo y
esconderse de aquel modo. De no contestar a los mensajes, ni de intentarlo, de
no dar señales de vida. Sin embargo, lo invitó a subir. Buscaba una excusa en
lugar de inventársela para no tener que volver a dormir solo, para no
desesperar en la espera de alguien mejor. Lo que no sabía era el tiempo que
llevaba ella esperando una verdad. Más de dos horas, de su estancia allí, por
supuesto. Meses, tal vez. No podía mirarlo a la cara, recogía el cuerto como
una total y completa loca. Paseaba de la cocina al servicio, de la habitación
al salón, del pasillo al holl y así, sucesivamente. Entonces gritó, fue él el
que gritó como nunca antes lo había hecho a nadie. Alzó la voz y sonó algo así
como “siéntate”. “Más? Otra vez? Y tener que mirarte a los ojos y romper a
llorar? Que callarme todo eso que nunca te dije? Que mentirte, o de eso vuelves
a encargarte tú?” Y venía para quedarse, dijo, vamos. Y ella fue, acercándose
lentamente a su boca con las intenciones de pedirle una nueva tregua. Acortar
las distancias, por no poder respirar ausencias. Hacía tanto, tanto tiempo que
no le daba un beso que, en realidad, no prestó atención a su respuesta. Sí, un
beso, le valió más que mil palabras.
“A veces, esperamos hasta desesperar. Y tiene gracia.”
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