No voy a
leerme llorando porque me he vaciado escribiendo
y pensando
en el miedo que cabe en un sueño cuando te mira por dentro
y te dice
que sigue, que casi.
Que has
venido por esa parte en la que nadie creía y por ti que tampoco creíste que
nunca.
Hace demasiados kilómetros que no oigo romperse una ola y eso es la
distancia,
las ganas de
ver llover y esta ausencia.
Tuvimos fe,
después la vendimos a precio de coste,
tuvimos sed,
nos bebimos los gastos y de las heridas elegimos no decir media palabra.
Sonreíamos como si todo fuera bien, porque a lo mejor iba.
Una noche en
mi casa soñé los imposibles que ahora me abrazan por la espalda
y soñé que
estabas justo enfrente con tu varita mágica cumpliendo versos
y que
sonreías como no has dejado de hacerlo desde la primera noche que llegué aquí
y supe que
no me confundí sabiéndote cerca.
Después me
despertaba con ojeras,
porque me
gustaban las ojeras,
porque no
podía quitarme esas ojeras
y caminaba
rutinas con desgana y el tiempo al cuello
y olía a
playa pero nunca me daba cuenta.
Cuánto han
cambiado las cosas, y o sigue pareciendo poco.
Es solo un
primer paso, viniste dando miles pero este cuesta cientos. –Pienso-.
Después me
duermo e imagino desgracias,
catástrofes
naturales, muertes, hogares, deseos perdidos,
la falta de
inocencia, un niño y su llanto.
Sueño un
niño un llanto.
Soy un niño
y su llanto cuando no lo agarran de la mano
y tiene
hambre
y tiene
sueños
y no se
entiende
y tiene
tanto que perderos
que soy un
niño y su llanto.
Que no me
entiendo.
Me despierto
y corro y me abrazo y me masturbo y me echo de menos
y distancia y casa y
ausencia y playa y asfalto en las rodillas sangrando
y sueños, cicatrices,
cenizas, de nuevo sueños.
Te tengo
delante y quiero decirte que vine a verte, mago de palabras,
porque
llevabas en los ojos las ganas de ser el padre de mis líneas, o eso creo.
Vivo
sugestiones,
no se si
lloro
o me lluevo
como antes.
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