Ofrendas de odio, peticiones desdichadas que caen en el olvido.
Y no es sorpresa que un difunto pase al recuerdo de otro muerto.
Por que nosotros, los vivos, tenemos muy poco tiempo para ellos,
y demasiado, para cargarnos a los que tenemos delante.
Por eso nos ofrecemos, nos volcamos en la absurda capacidad
que tenemos para romper almas por dentro. Una puta barbaridad.
Seguís y seguiréis sintiéndoos orgullosos de olvidar
el lugar en el que nacisteis, el mar en el que casi, por poco
os ahogáis. Y os estaría bien.
Tan valientes para unas cosas, y que rápido escapáis de la muerte.
Porque esa, esa, sí que acojona, verdad?
Admitámoslo, las desgracias cobran cierta gracia
si recaen en otras bocas. Con tal de que no vengan a besarnos
como cuando acaban de hacerte una mamada.
Y te quiero, pero no me toques. Ha estado bien.
Lávate los pecados que no quiero ser homicida,
que la culpa te caiga a ti, y que no salpique.
De todos modos, admiro tanto vuestro don para caminar
por suelos sangrantes, como vuestra capacidad para
llorar gilipolleces. A que sí? Lo estáis haciendo bien,
o, al menos, lo estáis haciendo.
Y ya es algo.
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