miércoles, 1 de octubre de 2014

Todavía lloro si te pienso así, como eres.

Casi inherente a mí, se ha vuelto la mirada hacia el suelo. Desde que te vi partir
he decidido aferrarme a la horizontalidad de un silencio, al perdurar de tu ausencia.
Me guío por impulsos de llorar, por vías y carreteras y sendas hacia ningún lugar,
en mitad de una noche que ha optado por volverse tan eterna como etérea.
Intocable, imperceptible, tan verdad como que yo, sigo aquí, como que tú, ya no estás.
Sangrante como el rojo de mis labios, sonora como una bala perdida, esta ausencia.
Estas pocas ganas, estas ganas de volver a verte, de desaparecerte, de acabar contigo.
Que admirable tu capacidad para escupir excusas y vomitar motivos que me eleven
y que me lluevan por dentro. Que me cambien de estación en cuestión de segundos,
los que tardo en levantar la vista y sonreírte, por no gritar, cuando el mundo cae en verano.
Lo que tardo en girarme y en apoyar la cabeza, en taparme la cara, en romper a llorar.
Esto es lo que me cuestas, cambiante, y helado, un invierno. Una batalla contigo.
Sin encontrar la paz cuando te vas. A mi ya me sobran las despedidas, las mentiras.
Son de treguas tus venidas y mis ganas de abrazarte, de una nueva guerra.
Y es por eso, y que por ti, yo, me condenaría mil veces a este infierno.

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