"Me niego a volver a acordarme de ti".
Me niego a volver a enfrentarme al espejo si siento que faltan tus manos en mi pecho. Me niego a volver a acostarme en mi cama pensando que en la tuya se queda una mitad ordenada, que se te queda grande y que no estaré ahí esta vez para desordenarla. Me niego, y espero que lo entiendas, a jugarme la vida por mirarte a la cara. Y volver a mi casa sabiendo que yo, que yo siempre me voy y que tú, que tú siempre te quedas un ratito más, cuando me muero de ganas de decirte que me matarías de ganas si me dices "quédate dos minutos, aunque llegues tarde". Me niego y ojalá fueras tú el que te negaras a sentarte a mi lado, a poner tu mano sobre mis piernas, a descubrirte las ganas de medio café, que siempre me supieron más a un "volveré" que aun "nos vemos". Ojalá fueras tú el que quiere compañía, el que no ha vuelto a verse al espejo por recordarme con mis manos en su pecho. Niégate a volver a acordarte de mi, que si lo haces escribes mi nombre entre líneas sabiendo que será para quemarlo de nuevo. Hasta que volvamos a coincidir a la hora de siempre, en la acera de siempre, en esa en la que estamos retados a la mejor de las guerras, al vernos primero. Y he ganado ya demasiadas batallas. Me niego a negarme a mi misma utopías que sé que voy a romper, no quererte de más, no pensarte de más, no recaer en tu quinto lunar. La culpa la tienes tú por infiltrarme en tu cama, el peor de los pentágonos, propiedad privada sin más vallas de por medio que un cenicero y un pijama que ni siquiera te pusiste. No logro recordar si te dormiste en ropa interior o desnudo a mi lado, si lo hiciste a las tres o a las cuatro o más tarde, solo sé que yo fui después. Después de ser y decirme "te dejo vestirte" me hiciste la cena, parece mentira, después de hacerme el amor es como invitarme a pasar. Pero ni hemos sido del todo, ni hemos ido del todo ni he vuelto de allí. No recuerdo olvidarme nada en tu casa, ni haberme llevado nada de ti. No recuerdo tus manos acercándose a mi, ni el momento justo en el que cambiamos sofá por colchón. No es un olvidarme la hora ni perder el reloj, es más bien una nada forjada en la esquina superior izquierda de mi pupila derecha. Un sin sentido, un sin sentirte. Vuelvo a repetirte en silencio lo que tantas veces te he gritado aun sabiendo que no me oías, "Me niego a volver a acordarme de ti", por lo tanto, por favor, aléjate de mi y no vuelvas a presentarte a esa guerra de siempre, a la de vernos primero. Este viernes a las siete. Ya no...ya no te espero.
Niégate a volver a acordarte de mi.
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