Brilló tanto que acabó por dejarnos, completamente ciegos. La culpa era nuestra, estaba claro.
Se fue señalándonos con el dedo, riéndose de nosotros.
Solo sabía gritar, y a voces nos había llamado miles de veces "guapa".
Tenía el don de la mentira.
Nos bailó las cosquillas en más de una hora punta, hasta dejarnos sin aliento.
Tenía también, el don de la oportunidad.
Nos repitió durante años que todo eran dos días, media noche y un carnaval.
Y nos lo creímos.
Que correr era de cobardes, y nos sentamos a esperar. Todavía no sabemos a que, o a quién.
Nos susurró debajo del costillar izquierdo, una tarde de invierno,
que el amor era pegarse al fuego, hasta dejarse la piel.
Y vino para repetírnoslo todas las estaciones.
Sumamos lágrimas de frío, no de pena. Seguimos cantando mentiras y contando noticias, por hablar.
Nos ahogó de cansancio todas las noches que pudo de este diluvio universal.
Nos enseñó a fumar, con la mente en blanco y negro en los pulmones.
Con el pasado a cuestas y el futuro en vena.
Nos dijo:
"Descansa cuando anochezca.
Lucha sólo cuando te declaren la guerra.
Sonríe siempre.
Llora muy de vez en cuando.
Y recuerda cuándo el pasado merezca la pena vida."
Y solo supimos asentir.
"Vive -concluyó- y deja sobrevivir".
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