jueves, 11 de diciembre de 2014

Pudo verme llover.

Los caminos son ahora putas autopistas encorvadas y en penumbra. Probablemente a estas alturas ya me haya cruzado a la muerte unas quinientas veces.
-"Disculpe si no he saludado, tendría que haberla visto pero naufragaba en esta vida de mierda. Nada que la incumba."
Así es como pasan las estaciones, pienso. Mientras tanto me lluevo cuando me da la gana y creo en arrancar de raíz las flores del jardín que es su risa, sin mancharme las manos de sangre. Quiero hacer coronas con ellas (las espinas) y nombrarme reina de este suicidio, colectivo. Yo y toda mi mierda. Hago lo posible por alcanzarlo pero corre más que cualquier "yoquiero" o "mirahaciaatrás". A toda ostia. Me paro y clavo la mirada en las palmas de mis manos. Intento buscar en ellas su huella o su sexo.
Me abrazo con fuerza y me grito que la soledad sólo es una noche de niebla. Si la vida no fuera tan cara y el dolor no cobrara tanta importancia nos uniría a base de imperdibles. Para poder rimarnos.
-"Yo nunca quise hacerte daño, cariño. Pero a mí poco me importó sangrarme los pasos." Llueve, tanto o más que nunca. Como siempre. Mientras me ahogo él navega sobre mi cabeza. Cuarenta días y cuarenta noches de diluvio universal.
-"Llórame los labios, desconcéntrame el epicentro de esta ciudad en cuarentena de ausencias. Abrázame las piernas, que del pecho me ocupo yo." dije. Así fue como le arañé la espalda y le besé al fin la nuca. Y le curé lo poco que pude doler en esta guerra.
La noche que vuelva a encontrarlo, ya lo he pensado, voy a levantar la cabeza y a decirle que no se preocupe, que ya he convertido en todo tripas, el corazón. Esa noche en la que decidí llamarlo por su nombre y confundí el amor de mi vida, con la visita quinientas una.
Que sí,
al menos,
pudo verme
llover.


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