sábado, 3 de enero de 2015

El mundo estaba durmiendo los restos de una fiesta de glamour, y tú...

Consiste en saber ocultar las mil maravillas del diluvio universal,
en mezclar bares y copas hasta declararnos pecado capital.
Porque, a veces, dormirme en tu pecho es cien veces mejor
que arrancarnos la ropa y ser, sexo y reproche 
en la esquina de un colchón abandonado en plena gran vía.

Consiste en encontrar los cuatro carriles a doble sentido 
de una calle principal, en un callejón sin salida.
En que los besos de algunas manos te agarran mejor el corazón por dentro, 
y eso, es todo lo que necesitamos.

Porque ayer me has cogido de la mano y olvidé de golpe 
todo aquello que habíamos hecho mal. 
Nos equivocamos tantas veces al día que convertimos las miradas 
en un carnaval de máscaras, pero sabes? 
Te quiero.

Porque ayer me has cogido de la mano y en ese momento 
se ha incendiado el calendario y creo que, el reloj de sol, se ha parado para vernos sonreír.
Ayer, a las seis, de la tarde, volvimos a cruzarnos como hacía ya tiempo que no, 
y nos pareció una hora perfecta para desayunarnos principios. 

Y la vida a tu lado parecían rastrojos de una fiesta que había acabado tarde 
y que dejó, las calles repletas de serpentinas de mil colores. 
La noche que me despida de ti, abriré champagne en honor a tus modos, 
y a los deseos que no cumplimos, prometido? 
Te quiero.

Decía que ayer nos desayunamos tarde, pero de la mano, 
y me abrazaste de vuelta a casa mientras el mundo estaba durmiendo 
los restos de una fiesta de glamour. 

Decía que solo nosotros deambulamos por la cuerda floja hecha barrera 
de un año que comienza, entre la mermelada de melocotón 
y la valentía de sucumbir una resaca.

Ayer, en lugar de apurar una uva en cada movimiento del reloj, 
me he parado a pensar en todo lo que dejamos atrás.

En que una vez fuimos pequeños, 
y tuvimos dos maestros de los que aprender, 
el tercero es para él, mi niño. 
A los cuatro me cansé de luchar y alguien me dijo, 
tienes cinco minutos para respirar, al día, ni más, ni menos. 
Seis de siete días acabé en cualquier playa 
y entre derivas, como octava maravilla, apareciste tú. 
A las nueve de una noche cualquiera fui princesa y perdí un castillo, 
diez lágrimas más por una hermana, 
y este final te lo dedico a ti, 
por volverme loca once de doce meses, 
el ultimo, lo perdí.

Decía, que ayer, mientras el mundo veía doble y tenía serias dudas de hacia dónde girar, 
tú, me agarraste de la cintura y me diste media vuelta, 
te pegaste frente a frente, e insultaste a los demás. 

Pudimos ser mejores, pero, de haber sido así, no seríamos nosotros. 

“Feliz año” dijiste, y no sabía si creerte. 
A lo mejor, no íbamos a ser felices. 
Pero sabes que, cariño? 
A ti, y a mí, nos gusta más ser valientes. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario