lunes, 19 de enero de 2015

Tuvimos miedo.

Temblamos. Temblamos y la ciudad entera era un reflejo horizontal de pasión y ganas.
Temblamos de frío y tuvimos miedo.
Tuvimos miedo pero en medio conseguimos mirarnos a los ojos.
Tú dijiste que la Gran Vía no enmudecía nunca y yo te reté a dejarla muda.
Tuvimos miedo e intentamos espantarlo a base de cervezas, de cigarros mal fumados apagados en aceras mojadas, envenenados por los ojos de Judas.
Temblamos, pero para entonces no nos dimos cuenta.
Nos cogimos de la mano a treinta metros bajo el suelo como si aquella fuera una selva a punto de engullirnos.
Temblamos, y no volvimos a pronunciar palabra porque la Gran Vía no enmudecía nunca y yo no te oiría.
Tuvimos miedo, pero nos lo arrancamos con la ropa interior en aquel hotel del centro.
Temblamos de frío y tuvimos miedo.
Tú en la curva de mi espalda y yo en tus caderas.
Nos tiramos al vacío, como por la ventana pero sin irnos, moviéndonos.
Amarré anclas en el centro de tu nuca y perdí por el camino toda la tripulación.
Nos quedamos solos. Nos quedamos.
Te quejaste porque no tenías los brazos suficientes para recorrerme a un tiempo.
Te quejaste, pero solo con miradas.
Me engulliste. Ganaste.
Luchamos sobre un colchón hasta perdernos y crear un imperio de lugares y gritos.
Temblamos. Temblamos y la ciudad fue un reflejo horizontal de pasiones y ganas.
Temblamos de frío y tuvimos miedo.
Tuvimos miedo pero en medio conseguimos mirarnos a los ojos después de corrernos.
Tú dijiste que la Gran Vía no enmudecía nunca, yo te reté a dejarla muda.
Entonces dejamos de oírla.
Tuvimos miedo, pero vencimos.

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