Aduanas repleta de sentimientos perdidos
que nunca valieron nada.
Banda ancha en felicidad
y todas esas estrecheces.
Borrones entre tu sumisión
y el gobierno de mis piernas.
Llamadas de sirena a cobro revertido
tras el cambio de mandato
que supuso tu aterraje en esta selva.
Partiendo de las grietas que abrieron tu golpe
las esperas nos desesperaron
sin dejarnos apice de esperanza que perder.
La culpa sangró a carne de cañón
y las balas nos miraron a los ojos
en lugar de apuntar a corazones en ruinas.
Nos tatuamos mentiras bajo la piel
y naufragamos verdades en esa arena
que algún día se nos escurrió de las manos.
Quinientos pasos, dimos, detrás de una sombra
con el sonido ácido de un llanto
harto de perder valores.
Invertimos a la bolsa de tus ojos
con todas las madrugadas
dando vueltas de campana entre sábanas
que no han sonado,
por los siglos de los siglos.
Forjamos conformismo en los suspiros
y la alienación de un verso
que no cesó al repetirse en bucle.
Esquivamos esqueletos de nervios por tocarnos
en iglesias repletas de nombres olvidados.
Todo período de tiempo fue
una sugestión de mis noches a ciegas.
El sabor amargo de las calles dejó de ser lo que era
y el gusto amargo de una moneda
después nos endulzó la boca.
Para cebarnos a base de líneas
nos faltó el estudio histórico
de aquella tiniebla.
Que queríamos contar nosotros
si veíamos el mundo a través de un tragaluz
empeñado en engullirnos.
Llegado el momento sólo nos quedó
el sonido de un reloj de arena vacío.
A falta de caricias recíprocas
inventamos aduanas de placer.
La autodefensa fue jugar con tu locura a las damas,
sin querer nombrarte caballero.
De ilusiones también perdimos
el cauce de un río en ojos ajenos
y sólo nos juramos amor eterno
cuando supimos mentirnos.
Así, yo tiré por la ventana el calendario
y busqué un mapa en tus lunares.
Tú te arrojaste al cometa de mis ojos
y versamos las memorias
de una "cuasi poeta" de sonrisa partida.
Tuvimos cuarenta días
para aprender a nadar
antes de desatar el diluvio universal.
Febrero nos cogió bailando y decidió
guardarse la tregua para una guerra que
valiera más la gloria que la pena.
Después, rompió a llover.
Con el agua al cuello dijiste
"porque Roma al revés"
pero yo siempre fui más
de poner Grecia patas arriba.
Tú abriste fuego en nuestra
batalla contra el mundo y yo solo
disfruté de las ruinas que me dejaron tus pasos.
Así fue como tú sangrante
y yo la herida,
compartimos el dolor
pero nunca las victorias.
jueves, 15 de enero de 2015
"De alienaciones hechas batalla y naufragio".
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