Mientras tú soñabas con paraísos perdidos al borde de mis caderas yo me pasaba las noches colgado de la barra de cualquier bar. Supongo que los dos queríamos aprender a volar, de copa en copa, pero tus árboles y las cien mariposas de lengua larga que invadían mis noches nunca se llevaron del todo bien.
Admito no oír tus plegarias, es que siempre pensé que si me resumieras la ausencia como un "ya no me queda tabaco" lo entendería mejor. Sí, el pecado en penumbra tiene cara de mujer y yo he probado ya demasiados labios como para querer volver a los tuyos. Asumo el gusto por verte preparar café en ropa interior por las mañanas y curarme las resacas a base de caricias, pero eres la reina que no sabría como cuidar.
Nunca se me dieron bien las despedidas. Te quiero. Ya sé que debería ahorrármelo, pero prometí no mentir. Te quiero. Es la decimocuarta vez que lo digo esta semana y estamos a jueves. Es la primera vez que te lo digo a ti. Lo siento. Estoy perdido. Aunque contigo todo sea diferente, es hora de admitirlo. Estoy jodidamente perdido. Y puede que el motivo sea que tú siempre vuelves y con un beso me devuelves el norte. Pero yo no dejo de perderlo de nuevo tras el culo de cualquier botella apoyada más allá de las doce.
Dije que no iba a mentirte. Este no es el castillo que te mereces, ni el jardín que un día te prometí. Esta, es mi selva, mi diluvio, las delicias en forma de pecado reiterado. Un viaje sin retorno por miles de piernas que se han vuelto impares y ya no sé. La ausencia de árboles que talé hace tiempo y convertí en servilletas de cualquier antro en las que apuntar todos los números de teléfono a los que siempre acabo llamando.
Cariño, de reino, esto tiene poco. Así que deja de pisar cenizas y colillas manchadas de carmín. No quiero que vuelvas a recoger mi resaca del suelo, me gusta así.
Te quiero. Mariposa digna, deja de pisar cenizas, y empieza a pisarme a mí.
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