Le pondría tu nombre a todas las estaciones,
porque verte sonreír es la forma más bonita
de que nos importe una mierda en que mes estamos,
si llueve o si hace calor.
Lo que más me importa del tiempo
es que corra hacia tus piernas
y qué ponerme por las mañanas
para saber qué me quitarás al llegar la tarde.
Después viene la gente con eso de que pide deseos a las estrellas fugaces
y le gustan los eclipses lunares
pero no han visto tus ojos.
Y que la felicidad es no sé que mierda
pero a mí, no me engañan.
La felicidad es las veces que me llega un mensaje tuyo
diciéndome que si esa boca
y que tienes un poema nuevo
que no habla de mi, pero que me va a encantar.
Eso es ser feliz, perderme cada vez que oigo mi nombre entre tu acento.
Mirarnos como musas del sexo
y de todos esos demonios que escondemos a la luz del sol,
para que el resto de la gente no sepa lo mucho que nos gustaría tenernos delante.
Sabéis, el otro día oí algo así como que Madrid,
y no recuerdo que más decían.
Madrid. Habréis estado veces pero no tenéis
un contrato de distancias para besarlo
a cada rato bajo sus calles.
Y qué es Madrid sin su pecho?
A Madrid sí que le pondría yo tu nombre.
La vestiría de negro como en aquella primera foto que me pasaste,
que nunca de luto contigo.
La llenaría de poesía y tú,
tú serías su sombrero y el mago que siempre
tiene un truco en verso en su mano izquierda,
por que la derecha, estaré sujetándola yo.
Porque tengo un millón de planes pendientes
para perdernos entre la espuma de una ciudad sin mar,
pero con demasiados bares.
Porque este año, acabamos pegados,
y Madrid, todavía no sabe lo que es el amor,
pero ya ha encontrado a sus demonios.
Y, sabéis qué?
Tienen un acento precioso.
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