Consiste en
saber ocultar las mil maravillas del diluvio universal,
en mezclar
bares y copas hasta declararnos pecado capital.
Porque, a
veces, dormirme en tu pecho es cien veces mejor
que arrancarnos
la ropa y ser, sexo y reproche
en la esquina de un colchón abandonado en plena
gran vía.
Consiste en
encontrar los cuatro carriles a doble sentido
de una calle principal, en un
callejón sin salida.
En que los
besos de algunas manos te agarran mejor el corazón por dentro,
y eso, es todo
lo que necesitamos.
Porque ayer
me has cogido de la mano y olvidé de golpe
todo aquello que habíamos hecho mal.
Nos equivocamos tantas veces al día que convertimos las miradas
en un carnaval
de máscaras, pero sabes?
Te quiero.
Porque ayer
me has cogido de la mano y en ese momento
se ha incendiado el calendario y creo
que, el reloj de sol, se ha parado para vernos sonreír.
Ayer, a las
seis, de la tarde, volvimos a cruzarnos como hacía ya tiempo que no,
y nos
pareció una hora perfecta para desayunarnos principios.
Y la vida a tu lado
parecían rastrojos de una fiesta que había acabado tarde
y que dejó, las calles
repletas de serpentinas de mil colores.
La noche que me despida de ti, abriré
champagne en honor a tus modos,
y a los deseos que no cumplimos, prometido?
Te
quiero.
Decía que
ayer nos desayunamos tarde, pero de la mano,
y me abrazaste de vuelta a casa
mientras el mundo estaba durmiendo
los restos de una fiesta de glamour.
Decía
que solo nosotros deambulamos por la cuerda floja hecha barrera
de un año que
comienza, entre la mermelada de melocotón
y la valentía de sucumbir una resaca.
Ayer, en
lugar de apurar una uva en cada movimiento del reloj,
me he parado a pensar en
todo lo que dejamos atrás.
En que una
vez fuimos pequeños,
y tuvimos dos maestros de los que aprender,
el tercero es
para él, mi niño.
A los cuatro me cansé de luchar y alguien me dijo,
tienes
cinco minutos para respirar, al día, ni más, ni menos.
Seis de siete días acabé
en cualquier playa
y entre derivas, como octava maravilla, apareciste tú.
A las
nueve de una noche cualquiera fui princesa y perdí un castillo,
diez lágrimas
más por una hermana,
y este final te lo dedico a ti,
por volverme loca once de
doce meses,
el ultimo, lo perdí.
Decía, que
ayer, mientras el mundo veía doble y tenía serias dudas de hacia dónde girar,
tú, me agarraste de la cintura y me diste media vuelta,
te pegaste frente a
frente, e insultaste a los demás.
Pudimos ser mejores, pero, de haber sido así,
no seríamos nosotros.
“Feliz año” dijiste, y no sabía si creerte.
A lo mejor,
no íbamos a ser felices.
Pero sabes que, cariño?
A ti, y a mí, nos gusta más
ser valientes.
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