Ellos decían escrivivir y follamar, pero yo no sabía muy bien a qué me dedicaba.
Solo recuerdo que una mañana le dije a mi padre que quería estudiar una carrera y desde esa, tengo la sensación de haberle fallado. Un poquito, todos los días.
Os daré un consejo, nunca lo hagáis. Evitad mentir a los ojos de alguien, y si lo hacéis, que no sean los de vuestro padre.
Unos meses después me vi con un puñado de asignaturas suspensas y demasiadas líneas que no venían a cuento de nada pero llegaban de todas partes.
Meses más tarde acabé diciéndole a mi padre, con los ojos empapados, esta vez de noche, que quería irme a Madrid. Él me dijo que vale pero yo sé, que quería gritarme que no.
Así que aquí estoy, a nosecuantos metros bajo el suelo, con un puñado de asignaturas suspensas que, a diferencia ya no me quitan el sueño, y más líneas. A tropecientos kilómetros de mi casa y echando de menos la lluvia y el modo en el que me enseñaste a bailar bajo ella.
Papá, gracias por dejarme ser feliz incluso a trompicones. Gracias por enseñarme sin palabras que de escribir se vive, y de conformarse se sobrevive. Gracias, porque después de un año aquí o qué sé yo, he aprendido lo que cuesta un café, lo que vale echar de menos, lo que gusta una sonrisa, y todas esas cosas, ya sabes.
Papá, gracias por darme la oportunidad de hacer de otra ciudad la mía y por no coserme nunca las alas al suelo. Por rezar a ese Dios en el que dices que crees. Sigue haciéndolo, pero déjame avisarte de que es él quién cree en ti al igual que yo. Y tal vez, por eso los dos ahora tenemos un cielo, mil pecados capitales, un jardín de las delicias y un puñado de líneas a las que llamar "libro".
Gracias, papá.
Por todo.
Siempre.
Solo recuerdo que una mañana le dije a mi padre que quería estudiar una carrera y desde esa, tengo la sensación de haberle fallado. Un poquito, todos los días.
Os daré un consejo, nunca lo hagáis. Evitad mentir a los ojos de alguien, y si lo hacéis, que no sean los de vuestro padre.
Unos meses después me vi con un puñado de asignaturas suspensas y demasiadas líneas que no venían a cuento de nada pero llegaban de todas partes.
Meses más tarde acabé diciéndole a mi padre, con los ojos empapados, esta vez de noche, que quería irme a Madrid. Él me dijo que vale pero yo sé, que quería gritarme que no.
Así que aquí estoy, a nosecuantos metros bajo el suelo, con un puñado de asignaturas suspensas que, a diferencia ya no me quitan el sueño, y más líneas. A tropecientos kilómetros de mi casa y echando de menos la lluvia y el modo en el que me enseñaste a bailar bajo ella.
Papá, gracias por dejarme ser feliz incluso a trompicones. Gracias por enseñarme sin palabras que de escribir se vive, y de conformarse se sobrevive. Gracias, porque después de un año aquí o qué sé yo, he aprendido lo que cuesta un café, lo que vale echar de menos, lo que gusta una sonrisa, y todas esas cosas, ya sabes.
Papá, gracias por darme la oportunidad de hacer de otra ciudad la mía y por no coserme nunca las alas al suelo. Por rezar a ese Dios en el que dices que crees. Sigue haciéndolo, pero déjame avisarte de que es él quién cree en ti al igual que yo. Y tal vez, por eso los dos ahora tenemos un cielo, mil pecados capitales, un jardín de las delicias y un puñado de líneas a las que llamar "libro".
Gracias, papá.
Por todo.
Siempre.
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