jueves, 7 de agosto de 2014

Tormentas de verano.

Cerró los ojos y después de mucho tiempo empezó a pensar. 
Con el rostro relajado y los brazos colgando, en pié, empezó a despegar los talones del suelo. 
Forzó las rótulas de sus rodillas y dejó que el peso de todo su cuerpo recayera en los dedos de sus pies. Fue entonces cuando arqueó levemente su columna vertebral hacia delante, flexionando las piernas muy despacio. Suave y lento empezó a descender, a una velocidad constante y casi imperceptible. Como anclada con clavos de acero al suelo siguió de puntillas en todo momento, los dedos empezaron a distanciarse y la planta del pie adquirió una forma cóncava muy poco habitual. 
Después de un buen rato la piel de sus piernas rozaba su ombligo, fue en ese momento y solo al llegar a ese punto cuando bajó la barbilla. Cerró los ojos como desvaneciéndose y el pelo le cubrió la cara. Encogió los hombros y los dejó caer con una ausencia de gravedad increíble, alzó los brazos lo suficiente como para abrazar sus propias rodillas, sin fuerza. 
Fue en ese momento, cuando cogió aire, cuando sus pechos se vieron forzados con sus rodillas, cuando supo que no podía salir de ahí, cuando le vi la cara entre los mechones de pelo rizo que enmudecían su rostro. Y lo hizo, soltó el aire, de golpe,
 como un disparo en la boca, 
un vaso roto, 
un cuerpo muerto, 
un pájaro menos, 
tormentas de verano, 
bombardeos en escuelas, 
hambre, tierra, mar.


Y rompió a llorar. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario