Coloca un filtro entre los labios, coge un papel y extiende
sobre él tabaco de manera uniforme. Ahora agarra el filtro con tu mano derecha
y posiciónalo en el mismo extremo. Prensa el tabaco en sentido horizontal,
proporciónale a este volumen de circunferencia y desliza posteriormente tu
lengua sobre la arista sobrante humedeciéndola, pero no demasiado. Pega ésta
siguiendo la forma lograda hasta el momento. Enciende el mechero, y empieza a
fumártelo.
Sí, fuma, respira de él de forma larga y tendida, deja que el humo
invada hasta el más recóndito de tus alvéolos, deja que los marchite, que los
aniquile. Es esto lo que quieres,
matarte de un modo tan elegante y virtuoso? Adelante. No hace falta que te
pongas dramático a estas alturas, de hecho es muy probable que lo hayas hecho,
pero que no hayas apagado el cigarro. Es
el momento de que digas que sí. Sí, quieres matarte, y has decidido tomar el
camino más sencillo. Yo, he elegido tomar el camino más sencillo, la mayoría lo
han hecho. Lo escogemos por su simpleza, por su lentitud, por el mero hecho de
aferrarnos a un vicio más, por placer.
Eres libre, esta es tu vida, y como dueño de tal, tú decides
cuando acabar con ella si es que quieres hacerlo, o si prefieres por lo
contrario aprovecharla hasta el último momento. Eres dueño y señor de tus
actos, lo cual conlleva responsabilidades y consecuencias. Es más, en la
mayoría de los casos, eres el propio causante de tus actos, por desagradables o
indeseados que puedan llegar a ser.
Piensa en salir corriendo, podrías hacerlo. En hablarle a la persona que distante, consume
un café en la barra del bar en la que tú desayunas. En irte sin pagar, en
cambiar el zumo por un chupito de ron, en dejar de leer, en volver a salir a la
terraza, y encenderte otro cigarro, en no hacerlo ni una sola vez más. Puedes,
estás dotado y capacitado para realizar todas estas acciones.
Pongamos que escoges hablarle a la persona de la barra,
pongamos que la miras a los ojos, pongamos que os caéis bien, pongamos que la
invitas a desayunar. Y si nos arriesgamos sin excedernos subliminalmente del
contexto, pongamos que acabáis compartiendo lavabo, el de caballeros, claro.
Porque tú, sigues siéndolo.
Bien, puedes hacerlo, es más, podrías salir a toda prisa
invitándola o sin pagar la cuenta, al gusto del consumidor. Tan rápido que no
te da tiempo a encenderte otro cigarro en esa terraza tan acogedora. Aquí lo
tenemos, acabamos de encontrar un nuevo modo de matarnos por dentro, no menos
gozoso, placentero, lento ni vicioso que con el tabaco.
Chico, te has enamorado.
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