martes, 3 de febrero de 2015

Cicatrices como corazas.

Hubo un tiempo en el que valoramos la belleza de un abrazo y no el calor.
En el que agarramos de la mano a un extraño 
y en lugar de sujetarle el corazón lo ayudamos a saltar al vacío. 
Regalamos sonrisas, nos vendimos por copas y cobramos por sexo. 
Porque aunque nunca nos pusiéramos un precio,
buscamos una recompensa a la altura de nuestras expectativas. 
Vivimos noches en las que en lugar de cerrar bares, abrimos puertas desconocidas 
creyendo que allí encontraríamos la salida, 
y solo fue, otro modo de perdernos. 
Dejamos marcas sobre espaldas y camas sudadas en formato vertical, 
que eran un descenso obligatorio para aprender a alzar el vuelo, 
o para estrellarse en el intento. 
Casi sin querer, quisimos querernos, a pesar de todo. 
Hubo un tiempo en el que equivocarse fue el único modo de jugar nuestras cartas. 
En el que legalizamos las trampas para olvidarnos del resto de heridas. 
Y dejadme que os diga, que no eran para tanto. 
El que más y el que menos, sobrevivía haciéndose el feliz, hasta creérselo. 
Hubo un tiempo en el que perdimos todo lo que teníamos y nos dio igual. 
Un calendario, cargado de fracasos y de batallas perdidas. 
Fue ese tiempo, el que dejó cicatrices de heridas inmensas sobre nuestras espaldas, 
que endurecieron con el frío, con los años, con la palabra futuro en lugar de puntos 
hasta convertirse en corazas. 
Feroces armaduras de piel que enseñan los dientes al fuego por nosotros, que ya no duelen. 
Y por eso damos las gracias, 
porque hubo un tiempo, 
y aunque ya no podamos empezar de cero, 
sabemos vencer sin dolernos, tanto.

O eso creemos.


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