martes, 24 de febrero de 2015

No era todas las estaciones, pero casi.

Tenía manos de Invierno y cabían todas las gotitas de agua del mundo entre sus dedos.
Tenía manos de Invierno y por eso cada vez que me tocaba yo rompía en veinte mares sirenas incluidas que enmudecían estas calles con su canto.
Tenía manos de Invierno y verlo escribir, bailarle al mundo o tocarse el pelo era una de las mejores razones que he conocido nunca para volar.
No siempre sonreía, pero eran sus maneras las que te hacían entenderlo sin puntos suspensivos.
Además también tenía dientes de pecado capital.
Al acercarte a su cintura sonaba "Atención, estación en curva. Al salir tenga cuidado para no introducir la vida entre coche y andén", o algo así.
No lo escuché bien porque estaba pensando en que él tenía manos de Invierno pero jamás helaba las heridas.
Al contrario, me abrazaba y desprendía tanto calor que sudaba sangre sin descanso, y me gustaba. Juro que me gustaba morir cada noche en sus brazos si a la mañana siguiente empapados en llanto de echarnos de menos podíamos volver a corrernos hasta cansarnos y recitarnos después al oído unos versos, o cantar cualquier tema olvidado para que no muriese, como nombrarnos.
Decía que además tenía pies de música y ombligo de tierra y acento de mar, a pesar de tanto.
Por eso me importó al caso tan poco morirme en su cama y perder las anclas, por eso y por ser él, supongo, incluso en la distancia.
Porque yo puesta de sol y él manos de Invierno, cada noche de sexo era un arcoiris de hachís y humo y que más podíamos pedir que llovernos al vernos venir?

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