martes, 24 de febrero de 2015

Contrato de vuelta. Chamartin-Vigo


Suena en bucle un “Por la vida, mi amor, por la vida”.

Nos explicaron lo que eran las despedidas pero se olvidaron de las raíces.

Nos dijeron que volver a casa era otro modo de encontrarse pero no pensaron en los cimientos que echamos sobre otras calles.

Escribieron sobre el amor y sobre los besos sin advertirnos de la falta que nos hacen los abrazos de ciertas manos.

Intentaron contarnos el cuento del bueno y el malo pero todavía quedamos los que no nos lo creímos y partimos en busca de respuestas.

Inventaron los trenes, los taxis, el metro y el asfalto como lugares comunes que no podían abarcar recuerdos y se olvidaron de quiénes éramos los que escribíamos sus tempos cada noche.

Nombraron el frío porque jamás durmieron en su cama, el miedo porque no sabían lo que era volar, la lluvia porque no nos vieron mojarnos.

No dejaron nunca de crear imposibles y nosotros, vinimos para creer en ellos. Para tirar los relojes, romper los calendarios y luchar por los nuestros. Para mancharnos de tinta los dedos y con ellos emborronar el mundo.

Escribieron sobre el olvido, la distancia, los sueños como utopías, las miradas a ningún lugar, las terminales y los destinos.

Y nosotros respondimos con recuerdos, con cercanías, con proyectos conseguidos, con las pupilas dilatadas, los comienzos y la capacidad de llamar casa al lugar que nos regaló un encuentro.

Respondimos con los brazos repletos de copas y cigarros compartidos, con la imagen de una Gran Vía a plena luz del sol, con los versos de Sabina a toda voz, la primera estrofa de un libro viejo, los besos a escondidas y los “nos vemos” en la boca de un metro que se empañaba en separarnos.

Con la maleta cargada de momentos, en línea recta, con más pena que gloria en cada paso. Con romper la rutina y la distancia, con volver a verlo verme desde el primer momento, desde ese atravesar la puerta, desde la primera cerveza, y todas las demás.

Contestamos a cada línea dándole la espalda a la carretera, a cada mañana sonriéndole a su cama y a cada centímetro de un viaje imposible por dejar de llorar con una carrera al tiempo.

Nunca fue poeta, él era más que eso, era la musa y el verso, el sol de las dos, el medio día en la cama, los roces de palabras, la métrica en la prosa, el mayor navío del mundo.

Era el quédate hasta el final, tenemos toda la vida por delante, la media perdida, cuatro noches de ganas, la peonza del mundo y la teoría de la relatividad. El sueño siendo, sin dejar de soñar, con los ojos abiertos.

Le vi irse y volver con esa mezcla entre felicidad y tristeza. Eso era, sinceridad en un mundo en el que la magia significaba mentira y no fe. Era un destino al que llegar y un motivo para volver a casa.

Suena en bucle un “por la vida, mi amor, por la vida” y desde el comienzo de una lejanía te escribo por un futuro en verso, porque fui y volveré, por la poesía, mi amor, por la poesía.


Gracias casabar, gracias familia.

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