viernes, 24 de abril de 2015

Apareciste y yo, pude destruir el mundo.

Apareciste esa tarde en la que Becker nos dedicaba un tango y Zeppelín sonaba en acústico,
en la que un Dios dijo que paz y lo creyeron, el día cero,
la misma en la que Klimt nos pintó el beso
y lo arrojó a las manos del tiempo para ver qué pasaba y si olvido.
Cuando sabina era un niño,
en el preciso instante en el que Chaplin inventaba la risa y desde un tanque de guerra se firmaba la paz y la fe y los calendarios.
Los folios nacían de los árboles sin que nadie los sangrara y
volaban esperanzas sobre miradas ajenas con bigote y ansias de poder.
La misma de la destrucción del mar en mil pedazos
en la que los piratas cortaron las olas en gotitas y tomaron el mundo.
Ottis Reddin leía Buckowski,
sonaba un vals como principio.
Estábamos todos excepto ausencia que caminaba de la mano de su llanto por una terminal desierta
y comprendía que la felicidad era un lugar
al que nunca llegarían.

Sigo pensando que no era la banda sonora,
era el modo en que soñaba el resto del mundo,
como siempre,
y en que yo me había parado a oírlo para entenderlo.

Que soy el fruto prohibido y la costilla,
el pecado, capital de otro planeta,
la falta de ausencias,
el Credo de todas la religiones juntas,
los ojos de mil colores,
las manos al aire,
me crecieron alas,
pisaba arena,
soñaba libertades
hasta que me di cuenta de que solo eras tú.
Desde ese momento maté al niño para no tener que verlo crecer.
Eché raíces solo para no tener que despedirme.
No me asusta querer, no existe.
Prefiero la guerra a las rosas sin ti.
Gracias, Picasso, por pintar el Guernica,
la vida tenía que ser en blanco y negro,
no había otro modo de verlo.
Mandaron los malos,
matamos con nuestras propias manos a los buenos,
nos gustan los llantos,
soñamos despiertos,
no queda tiempo para cerrar los ojos.
Vivimos en el centro de la terminal que dijimos que nunca pisaríamos pero todavía tenemos folios, y sangre. Así que queríamos contaros eso que dijeron de que el mundo no depende de tus ojos, sino de los suyos.

Apareciste esa tarde en la que mojarse era caminar bajo la lluvia y me sacaste a bailar.
Al acabar me dijiste que nunca sería la mejor en nada,
pero que sabías que me gustaba hacerlo mal.
Después te fuiste porque desde tus ojos, lo sé,
desde tus ojos podría haber rehecho el mundo
pero algo me hacía querer destruirlo.

Todavía busco la manera de darte las gracias
por eso que no sé si quiero
y que tal vez sea un lo siento.
Yo no quería
joder
el tiempo. 

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